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TEMAS DE MUJERES

El machismo mata

LA REPUBLICA
http://www.larepublica.com.pe/content/view/186833/

Kolumna Okupa.
Por: Rocío Silva Santisteban

Daña igual a hombres y mujeres.

La única manera en que pueda desarrollarse una verdadera liberación femenina será cuando el varón pueda, a su vez, desatarse de todos aquellos estereotipos de género que lo presionan para actuar como un macho. Me refiero, en concreto, a esas ideas, pensamientos, sentidos comunes que la educación, el grupo de pares, la televisión, el cine, la publicidad –el «imaginario»– apuntalan día a día. Hace años Rafo León escribió un libro de entrevistas a diversos presos que habían cometido delitos de violación sexual. El título del libro León lo extrajo de las conversaciones con ellos y condensa con precisión esta idea: «Yo actuaba como varón solamente…».

¿Qué es el machismo? Es una forma de entender el mundo y de vivirlo. Un sentido común. Una suerte de ideas que se han encarnado en un sujeto, sometiendo su cuerpo a esas exigencias, de tal suerte que luego se convierten en prácticas agresivas incluso contra él mismo. El machismo siempre sospecha, por lo mismo exige que la hombría se demuestre día a día, minuto a minuto. Estas demostraciones pasan por algunos supuestos actos de heroísmo, por enfrentamientos con otros machos, por sometimiento al débil –el nerd, el lorna, el afeminado, las mujeres–. El macho es aquel que «debe» someter a los otros, pero sobre todo, a la otra. Aquél a quien no le pisan el poncho. El bacán del barrio aunque eso implique –como en mi barrio– meterse droga, pegarles a los chiquillos, pelearse con nunchakus, y andar exhibiendo las cicatrices corporales con perverso orgullo.

Parece casi luminoso ser un macho en el Perú. Pero no lo es. Su gran lado oscuro es esa frustración que se acumula en los puños cerrados cuando, el macho, no lo puede ser en todo su esplendor. Por eso, entonces, la insistencia en demostrar poderío públicamente, el pánico a la homosexualidad, la represión de los afectos sobre todo entre hombres –y la explosión de los mismos en condiciones de ebriedad–, la persistencia en «mostrar» que, frente a la mujer, el macho siempre está en una relación superior. Y para dejar esto bien en claro es preciso ejercer su mejor arma: la violencia. Los insultos, los gritos, la voz autoritaria, el golpe, la violación sexual, el vejamen, la humillación.

En América Latina el machismo se configura de manera muy diferente a otros lugares y se organiza sobre un sentimiento conflictivo de origen vinculado a nuestra condición de colonizados. Eso lo ha explorado de manera muy clara Octavio Paz en El laberinto de la soledad, precisamente cuando se refiere al origen del mexicano como «hijo de la chingada», es decir, de la indígena violada por el conquistador. Somos pues el resultado de esta «violación originaria» y nuestra bastardía es la perpetuación de ese botín de guerra. El patriarcado en América Latina cobra, pues, estas condiciones particulares que exige de las mujeres ser la emulación de María en su imposible condición de madre y virgen –el marianismo en su acepción más negativa– y del hombre una exhibición de su fuerza que, a la vez, le permite la moral laxa de no convertirse, necesariamente, en un proveedor. El macho latinoamericano, a diferencia del patriarca griego, no asume ninguna responsabilidad por su prole: sólo la produce y reproduce.

Esta manera de pensar –y sentir– ha matado a millones de mujeres. Aquellas que han caído, directamente, bajo los puños de un macho frustrado o celoso o exaltado, como ayer o la semana pasada o el año pasado (hay registros en todos los diarios); o como aquellas que mueren bajo la indiferencia oficial mexicana en Juárez: aún no se sabe si esas mujeres son violadas como pruebas iniciáticas de los cárteles de la droga o para filmar snuff-movies. Sólo se sabe que su vida no vale un peso.

El machismo mata. Cuando no mata, humilla. Ofende. Provoca pánico en las mujeres. Acosa moralmente. Trauma. El machismo hace daño tanto a hombres como a mujeres, pues exige una serie de comportamientos del varón que son imposibles, crueles e incluso canallas. Para consolidar una cultura de equidad sexual –y aquí sí lo propongo casi como receta– es necesario erradicar totalmente el machismo y plantear esta reivindicación como una política pública urgente.

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